Si pudiese devolver el tiempo a cuando tenía 9 años...o por lo menos hablar con mi yo de 9 años, le pediría que dejase de desear ser mayor.
La pequeña niña de nueve años vive ahora con los demonios que siempre temía. Convive, habla, duerme con ellos; se han vuelto parte de su vida.
La pequeña niña de nueve años está perdida, desde hacía tiempo, quizá incluso de recorrido al equivocarse en nacer. Se hubiese quedado viajando en el espacio, siendo nada y sintiéndose mucho mejor.
En el Valle sus enemigos se acercan a toda prisa y la atrapan, la desgarran, se convierten en pequeños bichos que se meten bajo su piel y la devoran, no lentamente, sino de forma rápida y dolorosa.
Entonces a ella le gusta, se relaja entre ellos y, mientras es consumida, muere una parte de ella.
Porque a veces se está mejor con el Diablo y con uno mismo.
Entonces se pregunta quién es.
Los pistoleros la persiguen, y ella mata a sus enemigos cuando estos vienen.
Ya no desea viajar entre las estrellas, ahora quiere estar en la tierra, contaminándose de su plaga y esparciendo la suya propia.
Los pistoleros no se van. Los demonios, mucho menos.
La niña está a punto de morir.
La niña de nueve años sólo deseaba caminar entre aguas tranquilas, pero lo que hace es caminar en un terreno desconocido.
Tanto como ella para sí misma.
Los demonios le devoran la carne bajo la piel.
La niña ya no se reconoce, ya no sabe quien es.
La niña quiere morir. La niña intenta ignorar el dolor que los demonios le producen en la carne, en los huesos.
La niña de nueve, ahora tiene dieciocho.