Las personas más tímidas por nuestra naturaleza cándida podemos ser más fácilmente víctimas de intentos de agresiones físicas y psicológicas. Las primeras, porque, aunque estemos fuertes, nuestra incapacidad para responder a situaciones de emergencia donde nos bloqueamos llevándonos por el miedo nos impide reaccionar con la necesaria contundencia. Las segundas, al sentir cualquier comentario ofensivo como una herida en nuestro orgullo que no logramos cicatrizar. No dejan de ser un resabio de épocas pretéritas, sin embargo, es complicado superarlo.
Vivo en un barrio donde se acumula mucha chusma yonki y hace unas semanas me trataron de robar, aunque tuve el arrojo de no soltar nada, recibiendo unos cuantos puñetazos y patadas. Desde aquel nefando día, me he tomado las cosas en serio en cuanto a mi protección personal: acudo a clases de Defensa Personal y
Krav Maga (le pongo el enlace para los no iniciados. Se trata de un método de defensa utilizado por el ejército de
Israel). Ítem más, me compré por Internet un spray de pimienta, llevo siempre una navaja y estoy en trámites para ampliar el arsenal.
Supongo que alguien considerará esto una exageración, fruto de una mente paranoica, sin embargo, no pienso volver a exponer mi seguridad personal. Añado que ardo en deseos de utilizar las técnicas que voy aprendiendo, aunque hay que firmar un código (real como el aire que respiramos) comprometiéndote a que no lo harás salvo en casos de intento de ataque. ¡Qué ingenuidad!
. Por último, he visto para mi delectación que existen cursos para menores que sufren acoso sepan ponerle freno. ¡Albricias!