Hacía mucho que no sentía ese deseo. Esa especie de impulso contradictorio que antaño solía acontecerme ciertas noches de verano. Contradictorio por tener ganas de hacerlo y a la vez maldecir su visita. Me sorprendió. Creí que ya había superado eso. Ilusa.
El calor es tan sofocante que permanecer exiliada en cuatro metros cuadrados se torna realmente agobiante. Hasta la luz del monitor parece tambalearse en zig zag como el aura de una llama viva.
Oigo melodías lejanas. Abro la puerta del balcón. No están tan lejos. De hecho están muy cerca. En mi propio edificio. Bailes tradicionales. Música alegre. Tan alegre que me provoca náuseas.
Cierro hermeticamente la ventana exterior y la puerta del balcón. Ya no puedo oír nada. No quiero oír nada. Vuelvo a lo que estaba haciendo. ¿Qué cojones estaba haciendo? Bah... Me tumbo en la cama. Estiro al tiempo mis cuatro extremidades hasta sentir cierto dolor placentero. Dirijo mi mirada a la nada y como de costumbre, comienzo a divagar: "No te entiendo. No. Entiendo a todo el mundo menos a ti. Te gusta esa música. Evoca otros tiempos, otros entornos. Recuerdos... Recuerdos de cuando tenías fe. De cuando tu corazón era puro. Te gusta esa música. ¿Por qué lo niegas? ¿Por qué has cerrado la ventana?"
-Porque ya no puedo volver. Porque mi corazón está podrido. Porque esa niña ya no existe. No queda nada de ella. Y es una pena. Porque tenía el corazón muy puro. Porque podía haberlo dado todo. Pero ya no. Ese corazón se ha transformado. Y ya no puede dar nada. No tiene ganas. No tiene fuerzas. No tiene inocencia. Un corazón compuesto por grandes dosis de odio y frustración ya no puede ofrecer nada bueno. Un corazón así no debería acercarse a otros. Acabaría destrozándolos. Pero no lo hará, pues aún puede sentir respeto y compasión.
Aunque quizás ya lo ha hecho.
Quería seguir escuchándola. Quería bajar a la calle y observar el espectáculo. Quería comentarle algo a alguien. Quería bailar. Quería reír. Quería no odiar. En realidad no odio. No quiero odiar. No odio ininterrumpidamente. Sólo son ráfagas de odio sin sentido, que yo no puedo comprender. Bueno... Quizás sí. Es extraño, pero no odio a los demás. Me odio a mí misma. Odio no ser capaz se hacer todo lo que quería hacer. Y un falso orgullo me hace creer que los odio a ellos. Pero eso no tiene sentido. Solo puedo odiarme a mí.
La noche me llamaba. Quiero salir. Necesito salir. Necesito hablar con alguien. ¡Por dios! parece que el propio planeta me reclama: "Sal de ahí bichejo, haz algo con la energía que las pu.tas piedras no han tenido el honor de recibir. No hagas que me avergüence de mis propias moléculas, molécula estúpida."
To be continued...