Me sabía distinto, anclado allí en un bar cualquiera de una calle de la cual no recuerdo el nombre. Ni siquiera sabía que estaba tomando, ni que estaba fumando; de hecho ¡Ni siquiera sabía como se llamaba el puto local! Así que de pronto reflexioné en lo difuso y etéreo de mi vida, en como el hecho de que estuviera en un lugar mientras desconocía todo mi entorno no era más que el reflejo de mi impreciso futuro, de mi carencia de conocimiento, o si se quiere, de mi falta de ánimo para intentar ponerle una rienda a mi vida y definirme en algún sentido.
Me limitaba a beber (como dije, no sabía que estaba tomando) y a fumar unos cigarrillos mientras intentaba leer la marca de la maldita cajetilla (sin lograrlo, claro está). Mi visión distorsionada por el alcohol me hacía ver en cada rostro y en cada gesto la amabilidad que no encontraba estando sobrio; todo parecía broma y hermandad. Mientras jugaba con el cigarrillo al son de la música observaba con cierta admiración a las mujeres del recinto.
No sabría decir si es la completa carencia de relación con mujeres en toda mi vida lo que me llevó a apreciarlas tanto (tengo 23 años), pero no podía evitar enamorarme e inventar en mi cabeza geniales maneras para cortejarlas cada vez que veía a una dama hermosa caminar, y luego siempre llegaba a la conclusión de que toda esa galantería y astucia que demostraba en mi cabeza no eran más que un factor que acrecentaba mi patética situación, ya que no podía llevarlo a la práctica.
Y así mataba el tiempo, a cada segundo más ebrio y con los pulmones más ahogados en humo, cuando de pronto se sienta una chica al lado mío. La miro con cierto descaro (por el alcohol, claro) y veo que no tiene gracia física alguna: el pelo largo y descuidado le bajaba por los hombros, y sus ojos muertos y tristes se fijaban en la mesa; no tenía pechos, y su cara estaba algo carcomida por el acné. Realmente no podría decir que era totalmente fea, sino algo que era peor: carecía de una chispa que la hiciera valer algo para alguien estéticamente hablando (es peor una persona sin gracia que una terriblemente fea). Y así, mientras pensaba todo esto, me vi a mi mismo alejado completamente del sexo opuesto y pensé que seguramente todas las mujeres opinaban lo mismo de mí: un hombre carente de gracia, de chispa, atrapado bajo toneladas de su propia mierda y autocompasión. Preferí dejar de examinarla físicamente para que no llegaran inevitablemente más juicios sobre mí mismo a mi cabeza.
Reflexioné que debía hablarle a la chica, teniendo la esperanza de que de alguna forma nuestras almas apagadas y sin sentido se entendieran. Así hice. Le pregunté si quería tomar conmigo y me respondió positivamente. Noté en su voz cierta timidez característica y yo, por mi parte, me sentía excitado y agradecía al alcohol en mi sangre el haberme atrevido a hablarle. La fragilidad con que me respondió activó cierto pensamiento compasivo en mi cabeza, como diciéndome a mi mismo que ella era más estúpida y débil que yo, y que al estar un escalón arriba tenía cierto control el resto de la noche. Me reí con sigilo por mi patética arrogancia.
Conversando supe que estaba destrozada anímicamente por haber quedado sin amigos (para mi suerte), e intuí por como hablaba de su vida que posiblemente nunca había tenido novio (para mi suerte). Su voz quebrada y su relato sórdido de como el destino había sido injusto con ella en muchos sentidos (para mi suerte) me dejó la leve impresión de que estaba en un desequilibrio emocional importante (para mi suerte), y que seguramente tenía tendencias suicidas (para mi suerte). Yo lo lamenté (aunque creo que no lo expresé con el debido pesar) y le dije que yo me sentía algo deprimido, pero mi vida no era tan mala (una total mentira: mi vida era/es una mierda). Le dije que había pasado por cosas parecidas, que la entendía y que me parecía además muy linda (já). Logré, para mí sorpresa, besarla.
Mientras mi torpe lengua exploraba su boca, me figuraba la escena como la de dos venados heridos de muerte lamiendo las heridas del otro, confiando en que de alguna forma eso los salvará, y mientras envidian al resto del bosque por no sufrir lo mismo que ellos. Yo pensaba que una vez que por fin besara a alguien se llenaría dentro de mí ese vacío que siempre cargué, pero no fue así. La saliva de uno diluyéndose en la del otro no arreglaba ni llenaba nada, el aliento a alcohol y cigarrillo perdiéndose y mezclándose no apaciguaba ni una mierda: me sentía incluso peor, más carente de sentido, más estúpido y más odioso. Ella no era mi mujer ideal, no me calentaba, no me atraía en lo más mínimo, y sin embargo estaba allí lamiendo sin recelo su boca y manoseando (o intentándolo) sus pechos.
La saqué del lugar y mientras la llevaba de la mano buscaba desesperadamente un motel. Paraba un rato y la besaba con cierto asco, luego le daba una quemada al cigarrillo y seguía buscando un lugar. La besaba, fumaba y buscaba; así fue que encontré un motel al fumarme ya 3 cigarros.
Perdí mi virginidad en medio de botellas rotas y colillas desparramadas por las sábanas, mi pene no se paraba y me quedaba pegado por el sudor y el nerviosismo. Era como combatir en un pantano, no sabía donde mirar ni en que parte meterlo, y mis torpes besos en el cuello no servían para nada más que para humedecerle la piel. Me enredaba en sus cabellos y en su huesudo cuerpo. Eyaculé en su vientre, mientras sudaba exhausto. Dudo que ella haya sentido algo.
De su inicial mirada perdida en el vacío (yo la miraba mientras fumaba) nació un impulso frenético que la llevó al baño. Comenzó a vomitar y yo le acariciaba la espalda mientras juguetaba con el humo. Me dieron unas ganas incontenibles de orinar, y decidí hacerlo mientras ella forcejeaba con su estómago rebelde y se aferraba desesperadamente al inodoro. Por suerte tuve buena puntería.
Decidí esperarla en la cama, y a cada segundo fumaba más y más rápido. Por alguna razón me sentía asqueroso. Cuando volvió estaba llorando y en vez de acostarse se sentó en el borde de la cama y comenzó a decirme, entre sollozo y grito, que se sentía un pedazo de mierda, que su soledad la estaba asfixiando y que no creía que se pudiera perdonar nunca el haberse acostado con un extraño. Me dijo que tenía que ser sincera, y que me encontraba un tipo horrendo, que no le interesaba en lo más mínimo y que se acostó conmigo por una combinación de alcohol y depresión. Siguió llorando sobre lo mierda que era su vida, sobre el suicidio de su madre y la pérdida progresiva de todas sus amistades, sobre su fracaso en todo lo que había intentado y sobre lo sucia que se sentía.
Yo me cagué de risa. Me reí frenéticamente y el humo se confundía y no sabía si salir o entrar a mis pulmones. La miraba rasguñándose las muñecas y contando su penurias y yo no podía parar de reírme; le daba patadas a la cama mientras caía saliva de mi boca.
Yo, el que se creía tan incomprendido y sensible, yo, el que se creía tan desdichado y especial; yo, el que de alguna forma veía en su debilidad, en su incapacidad una extraña forma de superioridad frente al resto, me encontraba ahora como un pedazo de mierda frente a otro pedazo de mierda. Dos almas asquerosas que se encontraron en un lugar sórdido de la ciudad para unirse y formar pus.
Me dieron ganas de llorar. Por mí, claro está. Tanto estoy sufriendo.