Debido a que la mayoría de las cosas importantes de la vida las aprendemos en sociedad, afirmar que no solemos tener en cuenta a los demás a la hora de construir nuestra auto-imagen sería simplemente un auto-engaño. Desde muy pequeños se nos enseña a juzgarnos a nosotros mismos teniendo en cuenta las cualidades y opiniones de los que tenemos a nuestro alrededor.
Durante la infancia son los adultos significativos los que suelen comparar al niño con sus hermanos o demás compañeros. Cuando llega la adolescencia el propio joven ya ha adquirido esta costumbre, de manera que evalúa su físico y sus cualidades psicológicas en relación a las de los demás. El paso de los años no nos libera en absoluto de esta hábito, de manera que la mayoría de personas se entretienen comparando su coche, casa, sueldo e incluso cónyuge con los de su prójimo.
Contrastar el propio desempeño con el de los que nos rodean es natural e incluso saludable en determinados casos. Podemos, por ejemplo, detectar las diferencias entre nuestra manera de hacer las cosas y la de otra persona que obtiene mejores resultados que nosotros, para intentar imitar actitudes y acciones que nos conduzcan a situaciones más exitosas.
Sin embargo, es habitual que cuando nos comparamos con los demás no lo hagamos de forma realista y pasemos por alto información relevante, de manera que solemos derivar de este proceso conclusiones que, a parte de no resultarnos útiles para mejorar, minan gravemente nuestra autoestima. Así encontramos que la mayoría de problemas o crisis psicológicas son agravadas por el hábito de compararse constantemente con los demás: las personas con anorexia o bulimia, al igual que las que tienen probabilidades de sufrir estas enfermedades, comparan de manera sistemática su cuerpo con el de los que los rodean, concluyendo repetidamente que ellas están más gordas y feas que el resto de la humanidad. Algo similar ocurre en un sinfín de situaciones,
ya que cuando no tenemos suficiente seguridad en nosotros mismos y detectamos que tenemos algún fallo o defecto (sea éste real o imaginado) levantamos la vista para ver si las demás personas también lo poseen y en qué medida lo hacen. Puesto que es muy habitual que hagamos esto de manera casi automática e incontrolada, podríamos considerar el hábito de compararse con los demás como una especie de compulsión.
Si tu objetivo es combatir este hábito y sus nocivas consecuencias es necesario que en primer lugar
te mantengas atento a tus pensamientos, con el fin de detectar cuándo éste se manifiesta en tu vida cotidiana y qué efectos suele tener sobre la misma. El siguiente paso necesario es que
intentes identificar y analizar las causas de todo esto.
Haciendo este ejercicio advertirás que detrás de esta costumbre suele esconderse una falta de seguridad en ti mismo y una baja autoestima, ya que cuando no valoramos como suficiente nuestra capacidad o conocimiento a la hora de actuar buscamos fuentes externas con las que compararnos, entre ellas las personas con las que nos relacionamos.
Una vez hayas efectuado el trabajo anterior, debes centrarte de buscar estrategias que dificulten e incluso que eviten que el hábito compulsivo de compararte con los demás te hiera y avance al margen de tu control. En este caso no existe una técnica concreta y superficial, sino que se requiere un trabajo mucho más profundo. Independientemente de las razones biográficas concretas de tu inseguridad (puede haber sido facilitada por la manera en que te criaron tus padres, por ejemplo) existe un denominador común:
todavía no te has dado cuenta del ser valioso y único que eres.
Tu, como todos los demás seres humanos, posees múltiples características.
Unas te hacen la vida más fácil, mientras que hay otras que a menudo dificultan que alcances tus objetivos. Estas últimas son una parte de ti tan importante como las primeras, y juntas hacen que seas irrepetible. Es por esta razón por la que negar o luchar sistemáticamente contra la mitad de uno mismo no hace más que generar sufrimiento y destrucción extras. Si tienes la nariz grande o te sobran unos quilos debes ser consciente de que esa nariz grande y esos michelines son parte de lo que eres ahora y que por lo tanto no deben ser despreciados. Eso no significa que no debas intentar cambiar los aspectos de ti mismo que te apetezca y sea posible mejorar, eso no es malo en sí mismo. Lo que sí quiere decir es que
los verdaderos y profundos cambios nacen de la auto-aceptación y no del auto-rechazo. Como dice la frase célebre: “Lo que se resiste persiste, lo que se acepta cambia”.
Muy a menudo,
al compararnos con nuestros semejantes, tendemos a distorsionar considerablemente la realidad idealizando las cualidades o estados ajenos y infravalorando los propios. Sin embargo, si intentas ahondar un poco más te darás cuenta de que cada persona tiene su historia, de que a menudo
lo que a ti puede parecerte un éxito ajeno fácil o afortunado guarda en realidad un gran esfuerzo pasado y que todos tenemos en mayor o menor medida nuestras propias dificultades y fantasmas interiores.
La sociedad de la que formamos parte alimenta a menudo nuestro hábito de compararnos, basta mirar los anuncios publicitarios para evidenciar este hecho. Debido a que éstas y otras influencias pueden llegar a provocar en nosotros un gran efecto, resulta crucial que encontremos estrategias para contrarrestarlas. Una sencilla manera de lograr esto es que
intentes tener siempre muy claros dos aspectos: las razones por las que actúas de una determinada manera por un lado, y cuáles son tus puntos fuertes y tus debilidades por el otro. Tener esta información en mente e incluso escribirla en una libreta de vez en cuando te ayudará a reafirmarte y a ganar seguridad en ti mismo.
Así, ante información desestabilizadora podrás recordar frases como: “la actuación de esta otra persona debe ser fruto de su propia historia y motivos personales, de la misma manera que yo hago las cosas como las hago porque....; Historias, motivos y circunstancias distintas a menudo no son comparables entre sí”. Conocerte a ti mismo te ayudará también a no juzgarte injustamente, y a acompañar cualquier autocrítica con el recuerdo de tus cualidades positivas o puntos fuertes:
ambos son caras de una misma moneda, de manera que tener en cuenta únicamente unos en detrimento de los otros sería faltar a la verdad.
Aprender a valorarnos, querernos y aceptarnos a nosotros mismos es una camino laborioso que a menudo se alarga durante toda la vida. Aunque este sendero requiere muchas veces de una importante dosis de atención y perseverancia, resulta también apasionante, ya que a cada paso aprendemos algo sobre nosotros mismos y logramos que los temores sin fundamento (que son la mayoría) se vayan apagando lentamente.
Con este trabajo personal dejaremos de utilizar las relaciones con los demás como una vía más por la cual nos generamos sufrimiento para pasar a disfrutarlas como lo que siempre deberían ser: una maravillosa oportunidad de crecimiento y colaboración mutuas.
Fuente:
http://www.resiliencia.org/Textos/D6...8B5381F03.html