Siento que estoy despertando de un letargo ancestral, por esta razón de que me hallo en pleno proceso de readaptación a mis estudios; aunque, en el fondo, hoy he ejecutado las mismas nimiedades de siempre. Recapitulemos: me he despertado con una sensación abrasiva de vacuidad debido a que ya no soy capaz de recordar mis sueños, mis otrora mágicos y apasionantes sueños. A continuación, he descartado, en vista de que no estaba disponible, la insidiosa tentación del ordenador, tras lo cual me he sentado en un mullido sofá a catar el ensayo introductorio del primer tomo de Historia de la sexualidad, de Michel Foucault, que ha suscitado otro vacío más en mí si cabe, una cruel metáfora de la pérdida de mi identidad y, por encima de todo, de mi incipiente desencanto con la lectura. Tras un paréntesis para comer, me he situado (esta vez sí), vegetal, en frente del ordenador, y desde entonces no he cesado de maquinar y, de paso, meditar sobre la naturaleza de los sueños, o sobre la correspondencia entre estos últimos y lo que nosotros identificamos como realidad (que, la verdad sea dicha, no es otra cosa que una abstracción), concluyendo, en base a mis experiencias, que el mundo del subconsciente es más vasto de lo que podemos concebir, y que sería presuntuoso aseverar, bajo esa perspectiva, que la vigilia es más real que los sueños, aserción metafísica a la que llegan, intuitiva y erróneamente, la mayoría de los visitantes de esta realidad; algo que yo atribuyo, mayormente e independientemente de las concepciones equívocas a las que da cobijo nuestra percepción (así, de una manera muy platónica), a las tendencias abstractas de pensamiento decimonónicas tramadas y urdidas con una precisión alarmante, y al borreguil cientificismo, por no decir iluminismo, en que el zeitgeist contemporáneo se desplaza. Finalmente he razonado, ya a un nivel personalísimo, que esta dicotomía entre sueño y vigilia conforma una de las notas más dominantes en mi por otro lado amarga vida, además de que, de estar equivocado (un hecho que siempre hay que tener en consideración), tendría que, no sólo revisar y deconstruir toda mi explanada semiteosófica, sino también enfrentarme a preguntas tangenciales y potencialmente incómodas.
Me siento bien.
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