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¿Se imaginan llevar un coche al taller y que el mecánico, tras cobrarnos, nos diga que no puede decirnos qué le pasa, cuándo lo podrá tener listo o qué es lo que va a hacerle todo ese tiempo? Probablemente, saldríamos de allí indignados y pondríamos alguna queja formal.
Sin embargo, esta situación ocurre frecuentemente y de manera impune cuando queremos atender algo mucho más importante que un problema mecánico: cuando demandamos ayuda para nuestros problemas psicológicos.
El desconocimiento que aún se tiene sobre la forma de hacer terapia lleva a olvidarnos de derechos incuestionables que demandamos para cualquier otro tipo de servicios.
La forma que tenemos de comportarnos las personas es más compleja que el motor de un coche, cierto, pero también lo son las funciones y estructura del cuerpo humano y tampoco permitiríamos que un médico nos examinara sin darnos un diagnóstico o explicarnos de forma que podamos entender qué tenemos y cómo debemos abordar la dolencia.
No podemos dejar que los pacientes se encuentren en situación de indefensión ante cualquier psicólogoEl problema de base es la existencia de distintas corrientes de intervención clínica, cada una de ellas con una teoría y una metodología distinta, que además de alejarse del estudio científico y riguroso del comportamiento humano, confunden al paciente al no existir un protocolo único de actuación.
Siendo el imponer el método científico el gran reto que debemos abordar los psicólogos si queremos que la psicología sea tomada en serio, no podemos dejar que en este proceso los pacientes se encuentren en situación de indefensión ante cualquier (mal llamado) psicólogo que quiera aprovecharse de esta falta de rigurosidad.
Existen unos requisitos imprescindibles que nacen tanto del sentido común como de la ética de cualquier profesión que preste un servicio a una persona:
Saber del coste y la duración aproximada de la intervención
La variabilidad en la duración de la intervención no depende del desconocimiento que el paciente tenga sobre lo que le ocurre, sino de la implicación del propio paciente y la capacidad en que éste pueda ir aplicando las pautas dadas. Pero aún así, y tras el periodo de evaluación, el psicólogo ha de poder hacer una estimación de la duración y, por tanto, del coste de la terapia. Si no es capaz de hacerla de todo el tratamiento, sí al menos de las distintas fases y objetivos del mismo. De igual manera que el dentista nos puede hacer un planning de lo que va a trabajar o un profesor de inglés, explicándonos que dependerá mucho de nuestra velocidad de aprendizaje, nos indica cuáles son los plazos habituales. ¿Acaso el psicólogo no ha tenido o estudiado otros pacientes con problemas parecidos a los planteados? ¿Cuál es por tanto la excusa para no poder cuantificar la duración?
Diagnóstico o análisis del problema
La principal pregunta que presenta alguien ante cualquier profesional es: “¿Qué problema tengo?”. Ante la curiosidad de saber qué pasa, tornada en angustia cuando es un problema médico o psicológico y nuestra salud está en juego, el profesional debe dar una respuesta clara y concreta. Si alguien nos dice, tras una evaluación concienzuda, que eso no puede responderse, dudaríamos, con razón, de que la persona en cuyas manos nos ponemos sepa de la materia de la que tiene que tratarnos. Incluso en esa indispensable evaluación previa tenemos derecho a saber qué hipótesis se están planteando y por qué se están registrando unos u otros datos, de manera que si no se ha encontrado la causa de nuestro problema sepamos al menos de qué depende y qué se ha descartado. Parece impensable que en cualquier disciplina aceptemos que pasen meses sin tener una idea de lo que se baraja o que nos den por respuesta un término ambiguo, de dudosa existencia o imposible de ser comprendido.
Es importante también tener en cuenta que los diagnósticos de problemas mentales, a diferencia de otros problemas médicos, son términos acordados por los profesionales pero que no están midiendo necesariamente cambios físicos en nuestro organismo. Aunque no entienda qué es una peritonitis, existe una inflamación objetiva en dicha zona. En cambio, decir que alguien tiene “ansiedad generalizada” no conlleva un correlato orgánico específico y claro. Son etiquetas de atribución mucho más subjetiva por cuánto dependen de lo que el paciente describe y por lo subjetivo de ciertos términos. Por tanto, no debemos conformarnos con un diagnóstico descriptivo por muy técnico que suene, sino que debemos conocer qué significa y por qué se produce.
De ahí la insistencia que tenemos muchos psicólogos de dedicar mucho tiempo en terapia en que los pacientes entiendan por qué se produce su problema y todo lo que se deriva del mismo. Decirles que tienen “trastorno obsesivo-compulsivo” les hace sentirse enfermos y raros, pero si se les detalla que pensar que van a robarles produce ansiedad y por eso salen a comprobar que la llave está echada, les ayuda a ver su problema como algo entendible y mundano y a relacionar las secuencias de su problema.
Información constante
La didáctica del psicólogo no puede restringirse al momento de explicar el problema, sino durante toda la intervención. El paciente tiene derecho a pedirnos que repitamos algo, que se lo expliquemos de otra manera, que les hagamos esquemas. Ayudar al paciente a comprender lo que estamos haciendo en cada momento es fundamental para que se sienta cómodo en terapia y, aún más, para que sea capaz de llevar con más éxito las pautas. En absoluto nadie cuestiona nuestra profesionalidad cuando nos pregunta, somos nosotros los que la tiramos por tierra cuando jugamos a ser misteriosos, ambiguos e incluso reaccionamos a la defensiva contra el paciente por hacernos demasiadas preguntas.
Preparación
Entendemos que una persona que hace un curso de masajes no es un fisioterapeuta, o que alguien que realiza un cursillo de primeros auxilios no puede equipararse a un enfermero, y sin embargo dejamos que personas que no se han formado como psicólogos aborden problemas de conducta, como es el caso de muchos terapeutas de disciplinas no científicas, o los cada vez más conocidos “coaches”. Si bien hay personas con grandes dotes motivadoras o que saben por experiencia tratar con un problema concreto, no saben explicar los fundamentos de lo que hacen y, más peligroso, ayudar a la persona si su problema se complica. Probablemente, son estas personas no formadas las que más de los anteriores derechos fundamentales del paciente se saltarán. Y no por ninguna causa abstracta, sino por simple desconocimiento de lo que hacen.
Ética
La psicología cae en folclore cuando se aleja del método científico, y cuanto más imprevisible y esotérico es el tratamiento, más licencias parecen tomarse para saltarse principios éticos tan fundamentales como la confidencialidad, la honestidad o el respeto. Para atender a una persona de manera empática y de igual a igual.
En definitiva. hemos dejado que la “mística” que envuelve a los problemas psicológicos justifique que no se respeten derechos que exigiríamos en cualquier otra disciplina. El ser profesionales de un tema poco conocido por la gente no nos da derecho a los psicólogos a creernos gurús incuestionables. Los pacientes tienen derechos que deben reclamarnos. Nosotros jamás debemos olvidar que los psicólogos somos instrumentos de ayuda, mediadores entre el marco científico que desarrolla las técnicas y la persona que acude a consulta, y que somos nosotros los que estamos al servicio del paciente. Nunca al revés.
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Este texto va porque tras haber leído estos hilos
1.
http://www.fobiasocial.net/que-no-os...olistos-72934/
de ElEnmascarado
2.
http://www.fobiasocial.net/para-que-...icologo-73009/
de Luarna2
he pensado en experiencias negativas que he tenido con psicologos y psicologas y me gustaria compartir esta idea con vosotros para que no seais engañados como lo fui yo por estos sacacuartos charlatanes (el 95%).