No estoy en un mal momento de mi vida pero, pese a eso, siento decirlo y reconocerlo... aparte de mis padres y mi familia cercana, no me han querido (o no me he sentido querido nunca). Aparto este pensamiento de mi mente porque sé que es irrelevante y sin embargo...
He luchado toda mi vida contra la timidez y la ansiedad social. "He visto cosas que no creeríais". No, ese era Roy Batty y esa era otra historia... Ahora en serio, he experimentado desde la exposición oral de mi tesis universitaria hasta tribunales de selección laboral, pasando por contestaciones de "malas mujeres" everywhere.
Me gustaría decir que me he sentido rodeado de amistades y mis familiares han luchado codo con codo contra mi mal. Sería incierto. Del mismo modo, sería incorrecto decir que no he recibido ninguna ayuda, del tipo que sea, por parte de mis padres, amigos íntimos, psicólogos o los colegas de este mismo foro. Dios aprieta pero no ahoga.
Puedo realizar toda actividad que, como tímido, me las veía canutas para emprender. Pero la timidez es un rasgo de la personalidad y evidentemente, pese a que puedo, hay veces que no me apetece, debido al consciente e intenso esfuerzo que tengo que realizar, dependiendo de que actividad sea, claro está.
Por tanto, si la timidez está solventada, ¿qué es lo que me impide alcanzar un saludable grado de extroversión social? Pues un problema fisiológico muy palpable: el exceso de sudoración. Los focos ansiógenos estimulan mi (nuestro) centro cerebral del miedo y actuó frente a estímulos supuestamente neutros como si estuviese a punto de ser embestido por un mamut en estampida.
La ansiedad social activa el mecanismo de la sudoración y es totalmente inadaptativo y ridículo ya que, ¿a qué he de tener miedo? ¿A los ojos escrutadores de toda una sala? ¿A una señorita vestida de manera provocativa? ¿A que me suene el móvil en una estancia abarrotada de gente? Pese a las probables implicaciones (evolutivas o reproductivas), nadie ha muerto todavía debido a una mirada, ni a las palabras u órganos más escatológicos o por una radiación maligna de un politono.
No hay solución a mi hiperhidrosis. El endocrino no me la ha dado y el psicólogo no sabe más de lo que yo sé: aguantar, resistir, reciclar los pensamientos derrotistas en impulsos motivadores. Cuando, en medio de mi jornada laboral, aparece una compañera de trabajo que en tiempos me gustó y a mí me entran taquicardias, nerviosismo, eritrofobia y sudores, yo sé dos cosas: 1. que después de la "parada técnica del tomatito" estaré otra vez bien dispuesto para recomenzar mi trabajo, allí donde lo dejé. 2. que, debido a las evidentes barreras físiológicas a la comunicación jamás podré conseguir hacer nada para que ella se enamore de mí (y aquí hablo de esta chica como podría hablar de cualquiera).
¿Y cuales son los síntomas de mi ansiedad social? Unos momentos de nerviosismo y sudoración intensísimos seguidos por una ira furibunda, resultado de ser incapaz de evitar el "pico de tensión". Me conozco a mí mismo y sé lo que me afecta, aunque a veces me sorprenda y no llegue a comprender del todo a mi cerebro en su búsqueda de objetos originadores de ansiedad (generalmente eventos humillantes, violentos o claramente sexuales, sentimientos hacia alguien que tiene algún detalle especial hacia mí o sufrir algún tipo de injusticia o abuso de autoridad). Esos "picos" seguidos de sudoración a secas, resultado de meros aumentos en la temperatura, sin ninguna emoción afectada. A esto le llamo pura y llanamente hiperhidrosis.
¿Qué es lo que vengo a decir en este post? Pues muy sencillo, que tengo totalmente descrito mi mal a nivel psicológico pero que, aún así, no puedo evitar que me afecte. Si bien no me impide sentirme realizado en muchas áreas de mi vida, en otras (las que dependen del criterio y la decisión ajenos) no puedo, y sé que tal vez nunca podré, convencer a alguien para que vea más allá de esos síntomas y se enamore de la persona que soy tras mi discapacidad y limitaciones que no acotan en absoluto ni mi personalidad ni mis ganas de luchar y seguir intentándolo erre que erre, testarudamente.
Yo sé que para las escasas mujeres que han llegado a conocerme un poco más en serio, aunque no nombren con nombre y apellidos la razón por la cual no lucharon por mi amor y no se decidieron finalmente ante mi oferta de compromiso fue, en gran medida, debido a este mil veces maldito mal, al cual vivo sometido desde que tengo uso de razón y al que, según mentes más lúcidas y especializadas que la mía, no ven solución alguna salvo la aceptación. Yo ya lo acepté. ¿Dónde está la mujer que me acompañe en este intento?
Por de pronto, sólo tengo la posibilidad de rezar al "santo" de las causas perdidas: Nick Vujicic. Él pudo.
Yo seré otro que pueda, LO SÉ, dentro de la inmensa masa de anónimos que, todos los días, luchamos por nuestras vidas en condiciones duras sin esperar sino un mísero rayo de esperanza.