Iniciado por Ferdinand Bardamu
Thesadman, amigo, estimado, no se distraiga con esos mensajes que pretenden desacreditar a su propia experiencia. Porque usted no ha teorizado sobre nada y sí ensayado en mucho. ¿Y pretenden esas voces decirle, a usted, que no son tres dedos los que ve sino dos? ¿Que ese caballo de Santiago no es blanco sino negro? Hay potestad en desbaratar cábalas hipotéticas, teorías enfermizas que uno ha ido incubando durante una vida de desprecio absoluto por parte de ese sexo despreciativo; ahí sí hay un derecho. Sobre humo todos teorizamos. ¿Pero cómo se atreven siquiera a menospreciar (una vez más, atento, amigo Thesadman, una vez más se evidencia el desprecio) la experiencia vívida de una persona que está en su pleno derecho para testimoniar, de puño y letra, con ese tono irónico, derrotado, resignado de quien ha salido corneado en brava lidia? ¿Van a extrapolar aquí también ese comportamiento displicente para corroborar el pensamiento de nuestro amigo?
Es decir (piensan ellas): «Qué coño tu vida va a ser difícil. Tienes una ***** pequeña. Eres un llorón. Eres un quejica y vienes a quejarte al foro, al que pretendemos dar uso con cuestiones más importantes.»
¿No ve usted, amigo Thesadman, estimado, que esa presión también se presenta aquí, en este mismo lugar de pretendida abertura emocional? Porque le han hecho sentirse más acomplejado, más exigido si cabe (¡más todavía!) por sollozar en lugar de sacar su desproporcionada e inmensa ***** y restregarla con gallarda despreocupación. Éste su mensaje no pasa por ser una hipótesis: es una triste afirmación que todos, en mayor o menor medida, vamos a ratificar. Ellas quieren hacer de la cuestión un juicio subjetivo. A cada cual le pican sus pulgas, vienen a decir. Cualquiera, por limitada cordura que tenga, por cerril que sea pensando, se da cuenta de cómo esas proposiciones de la exigencia que ha expuesto desesperanzado nuestro amigo cobran una dimensión superlativa en la parcela masculina, porque hay un germen milenario en todas esas verdades, un germen que antes se aplacaba con esa recia virilidad y seguridad que daba la represión genérica (deleznable, claro), pero que ahora, en igualdad de condiciones, pesa sobre nuestros hombros como pesaba antaño la multiplicidad de nuestras habilidades para cazar, procrear, cultivar el cuerpo, proteger, adular, etc.
Sin necesidad de entrar en un debate de índole evolutiva, ciñéndonos a nuestro panorama contemporáneo, es imposible no desternillarse ante el solo cuestionamiento de este tema. Porque ciñámonos a realidades concretas, a cada una de las proposiciones de nuestro amigo TheSadman:
¿Se atreven ustedes, hijas de Vesta, a negar una sociedad fálica? ¿Saben ustedes lo primero que ve un chicuelo de diez, once, doce, trece años la primera vez que, osado él, se atreve a visionar material de contenido pornográfico? ¿Saben lo que ven? Sí, claro que lo saben; ven lo mismo que ustedes vosotras: ven un pollón enorme y ven a una mujer gozar y declamarle versos alejandrinos a semejante ciruelo. Ohhh, it’s sooo big!!
El chico, desde muy temprana edad, ya ha perdido la noción de la realidad en ese sentido, y a no ser que tenga un falo enorme y se lo confirmen sus propios amigos (en reuniones pajilleras) se pasará el resto de la adolescencia pensando que todo el mundo tiene una ***** mayor que la suya. Esto, en una personalidad que nada a tientas entre testosterona, es como sentirse un desecho humano. ¿Ustedes, adoradoras de Mandingo, me van a describir una situación femenina análoga? ¿Algo siquiera remotamente similar, en su adolescencia y pronta (¡pronta dicen!) maduración de cuento de princesas?
Mientras el chico crece de puertas para afuera díscolo, valiente, pero apocado hacia adentro, una chica cree que tiene el puto mundo en sus manos. Y es un sentimiento que le perdurará siempre. Siempre creerá que los hados le han sido injustos: con un novio feo, con una ***** pequeña, con un marido mileurista. De ahí se extrae la infinita tolerancia del varón, que es capaz de soportar carros y carretas, respecto al sumo egoísmo y egolatría femenina. El hombre, y apoyándonos en el segundo punto de lo expuesto por TheSadman, es un legado de genes que en esencia promueven la competitividad. ¿Sentirían presión ustedes, damas de alta alcurnia, si durante toda su vida se sintiesen en una especie de gigantesca competición, donde cada supuesto prójimo no es sino un rival, alguien que puede apuñalarte, robarte, quitarte tu puesto de trabajo, sodomizar a tu novia? Se exime de toda culpa a las mujeres con justificantes hormonales, genéticos, culturales: Lloran, y nos enternecemos. Gritan, e imaginamos su tampón empapado. Se ponen cachondas, y las montamos. Todos esos procesos no son reversibles. Lo que para un lado es axiomático, para otro no es más que evidenciar una falla en nuestra perfección masculina.
Usted, amigo Thesadman, apologista (y sufridor) de la fealdad, sabe muy bien que en ese preciso punto, la balanza está terriblemente desequilibrada. Porque ellas, que las hay guapas, normales, feas y refeas, siempre van a aspirar a un mismo patrón de hombre. Todas ellas. Igual que un chico se acoge de forma realista a un margen acorde a su aspecto físico, ellas quieren al mejor, ni que sean más feas que un lémur. ¿Por qué ocurre esto? Porque para ellas el sexo es un medio, no un fin. No les importa quedarse a las puertas del amor/sexo; por eso hay tanta solterona resignada. Ellas son capaces de ponerse a la espera del hombre apolíneo, aunque tengan a veinte mujeres delante. Si son capaces de saborear la miel del éxito tangencialmente, ya han cumplido su cometido para con su búsqueda del príncipe azul.
¿Cuántos hombres de avanzada edad se han resignado a su soledad? Bien pocos, porque hacen del amor (y no tanto del sexo, realmente) un estandarte sincero. La mujer madura que se ha retirado de escena lo ha hecho porque se ha convencido de que no va a poder conseguir al mejor, ergo prefiere abandonar antes que rebajarse y entregarse a los brazos de un mediocre.
Sobre la agresividad, amigo Thesadman, esto es sólo el comienzo. Las partidas de púberes con una ***** (enorme, chorreante de lefa) entre ceja y ceja son una norma in crescendo. Si antes la independencia femenina estaba hacinada, ahora ha despertado y se muestra al mundo libertaria, escupiendo sin complejos las verdades que les están cantando hoy día desde que son unas renacuajas: que son mejores que nosotros, simios pajilleros y mano de obra (además de machistas). No son cosa rara las agrupaciones de pindonguillas que beben los vientos por el macho dominante y exitoso que cruzan (¡tío wenorro!) y desprecian con un vacío absoluto a los mil mediocres (mediocres significa término medio) siguientes. Se han convertido en el sexo elitista. Quieren al mejor, aunque lo tenga que compartir la pandilla entera. Por eso que exponía antes: no les importa ponerse a la cola si se saben partícipes del sentimiento de éxito (ese motor que las mueve).
De nuevo, para ellas, el hombre no es un fin, no esa alma gemela ansiada, concepto decimonónico, algo que ya sueña añejo, de antes; ahora el hombre es un medio para congraciarse con ellas mismas.
La exigencia no es una hipótesis, amigo Thesadman, estimado. La exigencia es una realidad, la realidad presente, evidenciada cada vez que le desprecian. ¿Acaso no lo ha notado usted en este mismo hilo? Hay dos corrientes diferenciadas. No se deje usted embaucar, usted está conmigo y yo le hablo con el corazón desgarrado.
Un sincero abrazo.
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