Si supieras que en la noche muero y no me matas.
Porque a cada rato te me apareces convulsionando mis formas (que no son mías).
Y todo en el bosque es espinoso y húmedo, todo tu silencio guillotinando, clavándose en mis rincones mientras me hunden en la tierra y me rezan para que te olvide, pero nunca me matas. Así que, tiran mi mortaja con riachuelo al rio y el rio está frío y calmado, y tú no estás en el rio pero te me apareces sobrevolando los cielos como un ave de rapiña o un carroñero, mis huesos duelen y gritan pero tú no me matas.
Así que llegamos al mar, que no entiende de barcos pero si de marineros hundidos en extasiado naufragio. Las alimañas quedan lejos, el mar es cálido y salado pero estoy sola. Y los peces, también estaban solos y las algas y los moluscos… un concierto de soledades mudas y coloristas. Mis hermanos de branquias rezan por el cuerpo de la que fue profanada por un joven viviente antes de su descenso al turquesa y asisten al funeral de las inocencias como quien espera ver las entrañas a un oso de peluche.
Y allí estabas tú, con tu disfraz de mancha impía en el cielo, cargada de sucios y retorcidos dedos, amenazando a las criaturas de agua por sus crímenes infantiles. Me arremeten las ventiscas, me absorben remolinos de miedo y en profundidades muero…
Pero nunca me matas.