Se acaba el segundo día de mis vacaciones y lo acabo borracho. Bueno, no es que no me tenga en pie, pero estoy en ese punto de englobamiento que me incita a lanzarme a la calle. Vale, lo sé, no encontraré a nadie con quien comunicarme a menos que pague. Y si pago por hablar con alguna mujer en algún lúgubre bar de alterne mañana me sentiré mal. Por haber recurrido a eso una vez más y por el dinero que me habrá costado. Pero saldré a la calle, aunque solo sea a coger fresco.