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Antiguo 30-sep-2012  

Aunque el verdadero 'viaje' empezó allá por el 93, con unos 15 años, siempre recuerdo haber sentido miedos irracionales hacia cosas o situaciones que no parecían incomodar a los demás. Tuve una buena infancia, era un niño razonablemente feliz, bastante inquieto e, indefectiblemente, exteriorizaba mis miedos o ansiedades con las náuseas. Mientras fuí un niño eso no supuso mayor problema. Estuve algunas semanas sin ir al colegio con 11 o 12 años, recuerdo que me llevaron a un psicólogo -no recuerdo qué le conté ni cuál fue el motivo real de mi miedo al colegio- y que al final la cosa se solucionó cortando por lo sano: un buen día me llevaron casi a rastras a la clase y aquí paz y después gloria.

Pasaron unos cuantos años, muy felices, brillante en los estudios, los amigos no faltaban... y llegó el instituto. Los estudios se tambalearon -prefería 'pasármelo bien'- pero yo seguía en buena forma. Un buen día, en 2º de BUP, estando en una clase cualquiera comencé a sentirme mal. Quizá el café que me había tomado un rato antes me jodió el estómago, quizá fue sólo dentro de mi cabeza... El caso es que aguanté hasta que terminó la hora pero enseguida corrí al servicio a vomitar. No le di más importancia. Llegó el fin de semana, otro de tantos, y el domingo quedé con unas amigas para ir a casa de alguien. Íbamos en autobús. De repente nació el pensamiento que me iba a cambiar la vida; empezaba el ‘viaje’: ¿y si ahora, aquí, en el autobús, me entraran náuseas como el otro día en clase? Dicho y hecho -o 'pensado y hecho'-, en dos segundos me había abstraído por completo de los que los demás estaban hablando y había centrado toda mi atención en mis sensaciones. El resto de la tarde fue un suplicio, pero todo termina.

Aquello fue sólo el comienzo. Ni se me pasó por la cabeza decirle nada a mis padres. Pensaba que me llevarían a un psicólogo otra vez, y a los 15 años nadie quiere ir al psicólogo, ¿verdad? En lugar de eso comencé con mis mecanismos de evitación. No debía ir al cine o a eventos que considerara cerrados y, por supuesto, no debía hacer nada con el estómago lleno. Como, de todas formas, mi asistencia a clase era, digamos, poco constante, pude arreglármelas sin más problemas. ¿Algo amenazaba mi seguridad? No lo hacía. Tenía mis ritos, mis senderos... siempre me salía con la mía. Se me da muy bien manipular la voluntad de los demás, así que no era extraño convencer a los amigos para ir a tal sitio en lugar de a tal otro, y mis padres estaban a punto de separarse por lo que mis estrategias anti-náuseas y yo pudimos pasar desapercibidos durante años.

A estas alturas quizá alguna se pregunte qué hace este aquí, si no parece que lo suyo tenga nada que ver con la fobia social. Y tienen razón. Soy de las personas más sociables que conozco, extrovertido con quien me da confianza –tímido ante desconocidos-, me gusta hablar por los codos... No, lo mío no es fobia social, pero desde luego se trata de una fobia y es ‘social’. Con el tiempo aprendí que el miedo a las náuseas era el miedo a las náuseas DELANTE de otra gente. Si me comía un bocata de jamón y me quedaba leyendo un libro, no iban a aparecer, pero si me zampaba ese mismo bocadillo y salía a un bar, definitivamente podían aparecer. En cualquier caso, creo que todos, de una manera u otra, vamos en el mismo barco.

Como decía, sirviéndome de mis pequeños subterfugios fuí avanzando en la adolescencia. Los estudios no me importaban pero me volqué en la música, en la literatura, el cine... Todo lo que no te enseñaban en una clase. Ahora sé que aquella facilidad mía para, aun siendo una persona sociable que disfrutaba de la compañía de los demás, llenar los momentos de soledad con casi cualquier cosa pudo ser un arma de doble filo. Pero ahí seguía, ofreciéndole mil sacrificios a mis miedos. Sacrificios que interiorizaba como elecciones voluntarias a veces. Así, llegado a los 18 o 19 empecé a dejar de salir los fines de semana. En general, nunca me pesó. El miedo podía más. Con el tiempo, llegué a pensar que, simplemente, disfrutaba más en casa viendo una buena película o tocando la guitarra que estando en un bar. Ya había estado en muchos bares, pensaba. No los voy a echar de menos. Y no los eché de menos. Mis padres, por su parte, se convencieron de que los de salir por ahí me había dejado de gustar, que prefería entretenimientos más ‘intelectuales’ –mi madre pensó que me había ‘vuelto’ gay (¿?)-. Lo dejaron pasar, y pasaron más años. Para entonces ya ni siquiera me molestaba en hacer como que iba al instituto. Me matriculaba, me paseaba de casa de mi madre a casa de mi padre, y así los iba engañando. La mentira, sin embargo, tiene las patas muy cortas y en mi caso no podían ir más allá de septiembre. En algún momento mi padre me preguntaría por los resultados ‘académicos’... En algún momento tendría que, o bien idear la más maravillosa de las trolas, o bien sincerarme. Ni siquiera hizo falta que me preguntase por las notas; él se adelantó y fue al instituto a investigar. Allí le contaron que ni estaba ni se me esperaba y después de una de esas broncas que te hieren el orgullo –sobre todo si estás convencido de que no tienes culpa de que te pase lo que te pasa- me decidí a contarle lo que me pasaba desde hacía ya seis o siete años.

Lo primero que hizo mi viejo fue llamar al psicólogo que me trató de niño, supongo que con la esperanza de que arreglara el tema en un plis plas, incluso aunque en su día no hubiera arreglado, como he contado al principio, nada de nada. ¡A la vista estaba que no! De todas formas yo me seguía negando a ir a ningún sitio. No es que no quisiera ver a un psicólogo, es que esa situación, acudir a una consulta, esperar, entrar en el despacho del tipo, contravenía todas mis defensas anti-naúseas. Ya he dicho que puedo ser muy manipulador, porque, qué le vamos a hacer, ponía toda mi inteligencia al servicio de la evitación. Así que pude jugar al ratón y al gato con papá y mamá durante dos años más. Dos años en los que ya no sentía la presión del engaño o las ocultaciones. Me dediqué a escribir, a tocar –para mí-, a escuchar música, y vuelta a empezar... De vez en cuando quedaba con algún amigo, pero poca cosa. Me había construído mi pequeña burbuja, la había llenado de contenido y no me encontraba nada mal ahí dentro. Por fin, ya que Mahoma no iba a ir a la montaña, la montaña acudió a Mahoma. Un buen día se presentaron en casa –en la casa de mi padre, con quien había vivido siempre- acompañados de un amigo psiquiatra/psicoanalista. ¡Cómo se atrevían a semejante ardid! Ten padres para esto... El tipo parecía majo. No me costó sincerarme con él y contarle mi historia, y a él tampoco arrancarme un compromiso para acudir a su consulta la semana siguiente. Desde ese momento no dejé de pensar ni un sólo minuto de aquellos siete días en mi visita a la jodida consulta. ¿Cómo sería? ¿Dónde me snetaría? ¿Y si vomitaba? En bucle... La ansiedad anticipatoria me estaba matando, pero llegó el día D y la hora H y no hubo más narices que ir a ver al psiquiatra.

Ahí empezaron cuatro años de pequeñas victorias. La mayoría de las veces me las arreglaba para hablar de cualquier cosa menos de mis problemas con el psiquiatra, pero, fuese con su ayuda o sin ella, comencé a hacer cosas que había dejado de lado. Asimismo, habíamos entrado en la era de internet, lo cual tampoco eran buenas noticias para alguien que había desarrollado una fobia al mundo exterior. Mi manera de afrontar las consultas era bastante curiosa: si me sentía especialmente mal, no iba. Si me sentía optimista o si había conseguido recientemente dar algún pequeño paso, iba. Sencillamente, después de dos o tres años, no quería ‘decepcionar’ al loquero contándole que sentía que ese mes había retrocedido en mis recuperación. ¿Os he dicho ya que parezco vivir por y para lo que opinen los demás? Incluso aunque haya llegado a la conclusión de que desprecio a un buen porcentaje de humanos, tengo muy presente lo que opinen de mí. Mal asunto. Mal arreglo.

De repente, allá por 2004, llegó un nuevo elemento a mi vida. El más terrorífico. Si hasta entonces mis miedos, mis ansiedades, tenían siempre relación con cosas por hacer o situaciones concretas, comencé a tener pequeños ataques de pánico en mi propia casa. Y sabía escapar de cualquier compromiso pero, ¿cómo escaparme de mí mismo? Después de un par de esos ataques descubrí cómo hacerlo. Sin entrar en detalles, tomé la decisión equivocada guiado por el estado mental menos útil para decidir sobre nada. Aunque eso lo supe después. A veces hay que darse una buena hostia para aprender la lección. Ya no se trataba, entonces, de miedo al mundo, sino de miedo a mis propias sensaciones. Miedo al miedo. Cuando te has esmerado en construirte una celda de cristal en la que crees que puedes vivir a salvo y los demonios acaban entrando por el desagüe, por la ventana, por las paredes...entonces sólo te queda la desesperanza. Otros lo llaman depresión, desánimo, perder la chispa de la vida... A mí me gusta la palabra ‘desesperanza’. No esperas nada, has perdido la esperanza en que todo cambie a mejor y, sobre todo, ya te da igual si cambia o no. Fue una temporada movidita. Ahí empezaron los antidepresivos, un nuevo psiquiatra, una psicóloga... La desesperanza no duró mucho, pero dejó su huella. Ya no me iba a olvidar nunca de que en cualquier momento podría caer en ella otra vez. Daba igual si era algo empírico o no; si yo pienso que puede pasar algo, pasará.

Más años, más pasos adelante, algunos hacia atrás, la ansiedad como amiga fiel y el miedo a que el castillo de naipes se vuelva a derrumbar siempre presente. No he podido llevar una vida ‘normal’ –no quiero una vida ‘normal’-, profesionalmente me lo he montado tirando de mis propios recursos, pero sigo lejos de mis fantasías de felicidad. He tenido años muy buenos, momentos en los que me creía capaz de todo, y épocas infernales. Ahora estoy en una de esas. La ansiedad no me da tregua y la desesperanza no anda lejos. La psicóloga me habla de estructurar mi vida, de que no me centre siempre en los aspectos negativos de mi ‘condición’, que valore más lo que hago que lo que no hago... Parole, parole, que cantaba aquella... Es como si no pudiera ser feliz o estar tranquilo conmigo mismo sin la certeza de que todo va a salir bien. De acuerdo, no será mañana ni pasado mañana, pero quiero saber que todo va a estar bien. Sé que es imposible, y por eso me siento como si viviera en el alambre. Todo es demasiado frágil. El suelo que piso son arenas movedizas, cuando lo que necesito para avanzar es pisar en firme; pero no puedo pisar en firme sin antes salir de las arenas movedizas, esa es la gran paradoja.

Ahora estoy en una montaña rusa emocional. Dos días negros, un día gris, uno medio blanco, tres negros... Cuando alguien que sabe de mis historias me pregunta por mi situación a menudo no sé ni explicarme. Como el niño de La Lengua de Las Mariposas, “sólo sé que tengo miedo”. Y es duro vivir con miedo. Sólo queda resistir; pensar, en los días oscuros, aquello de “ríndete mañana”. Y mañana volverlo a pensar.
 
Antiguo 30-sep-2012  

Hola, Hank. Sentía que tenía que responder a este foro. Me alegro de haber leído tu participación. Se ve que eres una persona culta y que sabe expresarse sin problemas.

Seré breve. No sé si lo que tú tienes tiene que ver con la FS pero, a fin de cuentas, se trata de una somatización debida al miedo a las personas que te rodean. Habrá que ver cuando se originó ese miedo y por qué es tan fuerte la reacción que hace que tengas náuseas.

Mira, mi caso es similar al tuyo, lo que pasa que actúa en otro tipo de respuesta al miedo... la sudoración. Nuestro caso implica convertir estímulos en un principio neutros y no intimidatorios (como es estar en un bar atestado de gente que no quiere matarme) en reacciones de pánico que se concretizan en una respuesta específica. Tus náuseas, mi sudoración, ambas preparan a la persona para la acción, rechazando todo lo ingerido y que se estaba digiriendo en el estómago porque pudiera ser venenoso para el organismo o, en mi caso, manteniendo el equilibrio térmico del cuerpo para poder prepararlo para un esfuerzo físico concreto: la lucha o la huida.

¿Por qué nuestros organismos han aprendido a reaccionar violentamente ante estímulos neutros? La clave está en el cerebro. Para nosotros esos estímulos no son tan inofensivos. Todavía trato de descubrir cuales son las condiciones en las cuales sucede mi reacción de pánico. Existen muchas y no todas tienen una reacción estereotipada. Eso es lo que debes aprender tú. Si, como imagino, ya tienes veintimuchos años llevas experimentado durante un tiempo considerable tales respuestas y, como veo que has escrito, has llegado a preverlas y evitarlas.

La mente es poderosa o eso nos han enseñado los psicólogos. En mi caso todavía me veo incapaz de cortocircuitar el pensamiento, el detonante que hace de mi vida un infierno (¡y no sólo en sentido metafórico!) pero igual tú puedes conseguirlo. Si el estímulo no llega a las vías eferentes, tales respuestas de pánico no se desencadenan. Eso sería lo ideal aunque reconozco que es difícil y exige un entrenamiento poco más o menos similar al de los yoguis de la India. Sinceramente no creo que esté a mi alcance.

Otra alternativa (es la opción que he decidido yo) pasa por la aceptación del problema. Se va producir el ataque, voy a sudar (ayer mismo sin ir más lejos) sin embargo yo no le daré importancia (el cabreo inicial no te lo quita nadie). Lo que digo siempre: si yo no considero que sea importante, a la gente no tiene por qué importarle.

Entiendo que a la gente que suda en entornos distintos al deportivo se la tacha de guarra, de no aseada, de extraña para abajo. Yo sé lo que me sucede y no tengo que andar explicando nada a nadie. Sólo tratar de dar una imagen de normalidad.

Tú, sin embargo, no puedes permitirte aceptar tales reacciones tan viscerales pero tienes suerte. La náusea se ve como indicativo de un problema estomacal y tendrás a mucha gente dispuesta a ayudar y comprenderte cuando te suceda (ellos no saben que no has comido nada en mal estado). Pero, claro, socializar en esas condiciones no es posible.

Distintas reacciones, distintos problemas, aunque no del todo. Llegará un día en el cual se posea un conocimiento exacto de los mecanismos del sistema límbico, de cómo se desencadenan las respuestas de miedo y ansiedad, de como aliviar ese deseo de evitar a los demás, entender por qué a ciertas personas como nosotros se nos disparan las reacciones de miedo cuando experimentamos sentimientos de afecto o realizamos algún acto vergonzante. Conocer la fisiología del miedo nos podrá ayudar para parar en seco esos indeseables comportamientos.

La amígdala y las estructuras cerebrales que detectan peligro, no identifican detalles, sino que están atentas a cualquier percepción burda, que pueda representar una amenaza, como puede ser una sombra, un movimiento extraño, un ruido, etc. Ante la primera percepción de un posible peligro, se desata una reacción de alerta en el organismo y sólo es hasta después que nos percatamos de lo que sucede y de si realmente existe un peligro o no. Por ejemplo, a todos nos ha pasado que oímos un ruido extraño en la casa e inmediatamente nos ponemos alertas, solo para descubrir instantes más tarde de que se trataba del gato.

Fuente: http://www.misuperacionpersonal.com/...-del-miedo.htm

El cerebro humano no ha evolucionado clausurando áreas obsoletas y adjuntando nuevos tejidos en el lugar de los antiguos. No, en vez de derribar el caserón lo que se ha hecho es mantener los cimientos, e incluso paredes enteras, y construir encima. El problema es que los cimientos son endebles y sirvieron para la casa anterior pero no para esta.

El ser humano posee nuevos talentos que sus antepasados ni soñaron (la inteligencia, el uso de símbolos, la reflexividad, el autoconocimiento, la consciencia) y sin embargo ha de seguir contando con las estructuras cerebrales del mamífero y del reptil. Ese es el grave problema del ser humano sano, imagínate ya si no lo es. Como aparecía en el texto anterior, el cerebro límbico no discrimina, nos pone en estado de combate con, como fue mi caso, voces estridentes y altisonantes. Y todos sabemos qué sucede con un ordenador al que le falla la ventilación y la disipación del calor... se cuelga.

Te deseo un feliz paso por este foro. Ojalá no te demores mucho por estas estancias de Circe, cojas fuerzas y puedas pronto dedicarte en cuerpo y alma a lo que verdaderamente te preocupa, el enfrentamiento con tu mal en vistas de conseguir una vida plena y satisfactoria.

Última edición por Verandris; 30-sep-2012 a las 10:16.
 
Antiguo 30-sep-2012  

Yo también tuve trastorno de pánico con agorafobia a los veinte años. Lo supere totalmente yo sola, sin fármacos ni psicoterapia. Ahora lo veo como un gran logro. Y para colmo, soy hipocondríaca y por entonces no tenía internet, una inestimable ayuda para los hipondríacos, tampoco se lo conté a nadie, sólo a mi novio. No fue en un mes obviamente, pero poco a poco fui logrando cortar el círculo vicioso de siempre, la pescadilla que se muerde la cola en este tipo de trastornos: síntoma físico y/o pensamiento-miedo-síntoma y/o pensamiento-miedo-... El miedo fija el pensamiento y con ello el síntoma. Cuando está activado este maldito circuito neuronal te encuentras a su merced, pero puede revertirse. Es difícil, pero cuando consigues obviar el miedo, el circuito se "desactiva", por eso, los antifóbicos pueden ser útiles en estos casos.

Última edición por aintzane; 30-sep-2012 a las 11:09.
 
Antiguo 02-oct-2012  

Gracias a las dos por responder... Ahora voy pillado de tiempo, pero prometo leerlo todo detenidamente y responder en cuanto pueda.
 
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Joder menudos mensajes mas largos.... que ganas de escribir
 
Antiguo 02-oct-2012  

Hankfields, me he sentido muy identificado con tu historia .... a grandes rasgos. En mi caso, he evitado tantos y tantos años mis miedos parcheando que ha llegado un momento que han saltado todos los parches por los aires y ahora no hay quien meta mano al problema. Si me lo encontraba de frente yo lo evitaba tirando por la izquierda o por la derecha .... así una y otra y otra vez .... me sentía cómodo: evitaba el problema y todo solucionado .... hasta que llegó un momento que ya no me servía de nada evitarlo .... tirara por donde tirara ahí estaba .... solución: si no puedes ir hacia adelante ni vadearlo tiremos para detrás .... y así una y otra y otra vez hasta que llegó un momento (actualidad) que ya no quedaba/queda camino hacia atrás y es entonces cuando el problema literalmente se te echa encima y ya no te deja ni respirar .... ya resulta asfixiante.
DESESPERANZA .... esa es la palabra que utilizaría para definir mi vida en estos momentos.

Verandris .... a mi me ocurre lo mismo que a ti. Mis problemas de ansiedad se traducen en romper a sudar descontroladamente.

Un saludo a ambos.
 
Antiguo 20-oct-2012  

Joel, ya sabes... Pasa al siguiente. De todas formas, he resumido ahí unos 15 años de vida. No está tan mal, eh...

A Dankor, Aintzane y Verandris... No sé si comenté que en realidad las veces que he llegado a tener que largarme de un sitio porque sentía que iba a echar la pota se podrían contar con los dedos de una mano. Desde el principio activé la evitación y traté de controlar desde ese punto de vista todas las situaciones. Creo que Dankor ha definido bastante bien el punto al que he llegado a veces: ya no se trata de las náuseas, de salir o entrar... es TODO. De repente pasas de la tranquilidad de tu burbuja a una especie de vértigo al pensar que tal vez nunca hagas tal cosa, o tal otra. Y eso mismo te aterra, y el miedo te coge por los huevos y no te suelta. La sensación es tan chunga que, a partir de ese momento, lo que más miedo da es el propio miedo, la propia ansiedad. Aintzane habla de un círculo vicioso... Eso es exactamente: te sientes deprimido porque llevas una temporada puteado por la ansiedad -por una ansiedad, digamos, 'existencial'-, y sabes que la única manera de no sentirte deprimido es estar activo, pero hasta las tareas más nimias te agobian, porque estás ansioso y deprimido... También necesitas no pensar, o pensar, como dicen algunos, 'en positivo', lo cual es jodido, porque precisamente lo que te pasa es que la ansiedad te ha llevado al desánimo -o la desesperanza, que dice Dankor- y desde el desánimo no hay pensamientos positivos que valgan.

Como yo sigo luchando con esto, no tengo soluciones que daros, pero sí sé que seguir adelante, haciendo lo que sea que estés haciendo, es un esfuerzo que hay que imponerse. En cualquier momento dejas de pensar que todo va a ir fatal y, simplemente, sigues viviendo. También sé que es absurdo obsesionarse con algo en concreto. Por ejemplo, martirizarse porque crees que nunca vas a hacer, tener, etc. ciertas cosas. Es absurdo porque, si el problema de base no se soluciona, realmente no importa cuántas de esas cosas hagas; siempre habrá otras que ocupen su lugar. Vas a un concierto, porque te has obligado a ir, porque pensabas que si no ibas te remordería la conciencia de por vida... Pero el concierto pasa, lo disfrutas, y a la semana siguiente hay otras 'montañas' que crees que no puedes escalar. Ojo, yo todavía estoy trabajando en poner esto último en práctica y no preocuparme tanto por lo que no hago como por encontrarme en paz y tranquilo.

Mi psicóloga dice que lo que me está pasando últimamente, cuando pienso que, de todas formas, haga lo que haga, siempre voy a tener miedo, es algo llamado 'indefensión aprendida'. Todavía tengo que pedirle que me aclare un poco más el concepto, pero ahí queda... No debe andar desencaminada, de todas formas, porque a veces es así como te sientes: que algo terrible va a suceder o que nada va a acabar bien. No sé vosotros, pero los miedos que yo siento son muy infantiles en sus síntomas. No se diferencian en nada a los que experimentaba cuando era niño. Con una diferencia: cuando eres niño basta con que te sientes al lado de tu padre o de tu madre para que los miedos se alejen. Ahora no es tan fácil.

En fin... Que no quiero cabrear a Joel. En las últimas semanas he tenido días auténticamente infernales en los que llegaba a la noche como un zombie, no queriendo saber nada de nada ni de nadie, pero también días muy tranquilos en los que puedo mirar al miedo con cierta distancia. Y creo que lo que necesito por encima de todas las cosas es aprender a relajarme, a que nada importe demasiado... ¿Y sabéis cuál es el primer pensamiento que surge cuando reflexiono sobre eso? ¡Que si me 'curara' tendría que hacer todas esas cosas que tanto miedo me dan!
 
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